No hay más sur
Hace una semana salimos de Portugal y tras cruzar un largo puente entramos a tierras españolas. Ferrari miraba de reojo la aguja de la gasolina. Una vez en tierra patria, no tardamos en encontrar un precioso pueblo en el que descansar mientras esperábamos la fecha para el siguiente capítulo de esta aventura. Estamos en Huelva, donde las playas tienen más conchas, y más grandes, que en ningún otro sitio, y donde bandadas de diferentes pájaros se apresuran a coger las últimas plazas libres en sus lugares de vacaciones veraniegas.
Milfred está aparcada tan cerca de la playa que mi primer paso al salir a la calle ya es sobre arena, y esta playa está tan al sur, que más al sur solo hay agua. Mi relación con el mar siempre ha sido de amor-odio. Siempre supe que Ferrari quería un perro que nadase ufano en el agua. Que se metiera corriendo detrás de la pelota y chapoteara, y saliese del mar con pose de perro de anuncio de papel higiénico. Ese nunca fui yo, de hecho aprendí a nadar con 9 años. Actualmente hago mis pinitos en aguas poco profundas donde disfruto levantando agua mientras corro, pero no me pidas mucho más. Si acaso en aguas muy tranquilas y cálidas me puede dar por nadar de forma algo proactiva detrás de un palo.
Hemos alternado carreras y siestas en la playa con paseos a remolque por el lugar. También he rememorado viejos tiempos corriendo junto a la bici y me siento como hacía mucho tiempo. Sigo recuperándome de mi última crisis después de medio año. Aun queda fuego dentro de este guerrero de cuatro patas. Cuando paseamos a veces cojo las riendas y dirijo a los muchachos al bar más cercano. Estos se sorprenden ante mi iniciativa pero no ofrecen demasiada resistencia a mi invitación.
Hoy se nota algo más de energía en el ambiente y a la mañana, tras el baño de rigor, tomamos carretera otra vez. Una hora más tarde comienzo a fijarme en paisajes que, sin conocerlos concretamente, me son familiares. Zonas industriales, policías, aduanas... y barcos. Entramos al puerto de Huelva y tras pasar el control policial y chequear que mis antecedentes penales ya han prescrito, hacemos cola para embarcar. Esto promete. La entrada al barco estaba programada para medianoche, pero no es hasta las 2 de la mañana cuando finalmente embarcamos en el Marie Curie. Como os comenté hace tiempo ya tengo experiencia viajando en barco, pero no se, este viaje huele a algo distinto. Entramos a nuestro camarote y como siempre elijo la cama. Son esos pequeños beneficios que la edad y las canas te permiten sin que nadie se oponga. El ruido blanco del buque me ayuda a dormir mientras sueño con aventuras pasadas. Y futuras.