Un ferrari rojo

Hoy estoy en mi playa favorita de todas las playas. Es una playa escondida y con fuerte oleaje que hace que huela a mar de forma más intensa. Tanto es así que puedo dibujar en mi mente los centollos, pulpos y lubinas ahí sumergidos. Creo que es la tercera o cuarta vez que estoy aquí. La primera vez con Milfred y todas ellas con Ferrari y Belkor, lo cuál no es raro ya que Belkor y Ferrari siempre han estado y siempre están.

Cómo conocí a vuestr…” … a Ferrari.

Dicen que el hombre es el mejor amigo del perro, y sin duda eso se cumple con Ferrari. Ferrari no es el más fuerte, ni el más grande, ni mucho menos el más rápido, de hecho cuenta sus duelos contra mí por derrotas, pero sí es el más. A secas. Es ese que quieres tener a tu lado cuando las cosas se ponen feas. Siempre consigue lo que se le pasa por la cabeza, por loco o inútil que sea. Lo mismo cambia el embrague al coche que arregla un perro, que aprende a coser brechas o a destilar canabinoides cuando la situación lo requiere. En todos estos años también le he visto cagarla de forma estrepitosa, caer una y otra vez y llorar, pero después siempre vuelve con brillo. Ferrari siempre vuelve. De hecho creo que la única cosa en la que tendría que tirar la toalla sería en rendirse si alguna vez se lo propusiera. No sabría hacerlo. Apenas tiene olfato, oído, ni tacto, o no los entiende, pero ahí sigue, estoico ante la vida. En serio, nunca he visto a alguien con unas aptitudes tan mermadas llegar tan lejos. Llámalo genialidad o inconsciencia. “Actitud” le oigo pronunciar continuamente apretando los dientes mientras parece empujar la vida con una energía que entra por los poros de quien esté cerca. Ese es sin duda su superpoder.


Le conozco desde que vino aquella tarde de marzo a la perrera, sin ganas, con los hombros encogidos. Siempre se jacta de que él me sacó de la cárcel en la que estaba, pero sus ojos dicen que yo fui quien le sacó a él. Quedaría muy bonito decir que fue un flechazo, pero no fue así. Al principio no nos entendíamos lo más mínimo y mi forma de buscar soluciones poco refinadas -a la par que geniales- a los problemas diarios que como perro se me aparecían no parecía gustarle lo más mínimo. Ferrari se enfadaba y yo no confiaba en él. Sí amigos, Ferrari me caía mal. Nos costó un tiempo, pero el tiempo hace el roce y el roce el cariño y desde hace mucho somos inseparables. Uña y carne. Bici y manillar. Pili y Mili. Chufín y el Soplao. Él es mi misión como perro. Ferrari ya no es el mismo que era aquella tarde de marzo y ya nunca lo será.


Y mientras divago estas lineas la ruta sigue y yo voy quedándome dormido con el ruido de fondo. Y él ahí está, conduciendo, pero no sólo conduciendo. Su mirada enfoca la carretera, pero realmente la atraviesa. Frunce el ceño y esboza media sonrisa, ya ha dado con la tecla de eso que le tenía preocupado los últimos dos días o de su siguiente idea loca y/o inútil. Ese es Ferrari. Con actitud.



 


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