Este post no es un recopilatorio

…aunque mirándolo otra vez se le parece bastante. De hecho podríamos llamarlo “15 años de Jack”, o “Grandes éxitos de Jack XV”, o incluso “Lo mejor de Jack: 15 aniversario” y venderlo en gasolineras en formato casete. Ah, me encanta ese toque underground de comprar un CD random en mitad de un viaje largo en furgoneta… pero siendo sincero, cualquier título que escribiera quedaría eclipsado por lo que realmente pretendo mostrar al mundo: hoy cumplo 15 años.



Eso sería un montón de arena vertida por el gigante reloj de doble cono que alguien en alguna parte volteó aquel 4 de diciembre de 2010. Fecha que, por cierto, fue decidida a ojo por el operario que revisó mis dientes aquel 4 de diciembre que ingresé en la cárcel, "un año tendrá más o menos", y lo apuntó como si fuera un número de serie. Y así, por arte de chapuza, acabó siendo mi cumpleaños oficial. Pero eso, amigos, tampoco importa una mierda. Según diversas fuentes de prestigio mundial como la Universidad Canina de Massachusetts, la Royal Canine Age Academy de London, el Observatorio de la Longevidad de Perros Marrones de Colorado, y otras instituciones completamente reales que no me estoy inventando ahora mismo según escribo estas líneas, la esperanza de vida de un malinois ronda los 12 años. Si hablamos de perros epilépticos, ese número rara vez pasa de 9. Pero si os soy sincero, me siento fuerte, lúcido y con ganas de seguir rompiendo registros y leyes naturales. Quizá hacer eso sea ya mi normalidad.

En mi 10º cumpleaños Ferrari creó e imprimió la imagen de una camiseta de fútbol con mi nombre y mi edad. Desde entonces lo repite como un ritual. Cada año sus ojos brillan con una mezcla de emoción, incredulidad y esa melancolía que intenta disimular. Se alegra, sí, pero también siente que cada año una bala sale del tambor de mi revólver, y teme oír un día el click seco de una recámara vacía. “Qué voy a hacer yo sin ti, txiki…”, me dice a veces con los ojos vidriosos. Yo no soy tan amigo del drama como lo es él, y no busco parecer altivo, pero la verdad es que si alguien debería estar preocupado, sería yo. Ferrari está más lento, ha perdido agilidad y pelo, y hasta la barba se le está aclarando. No sé si le han pasado por encima los años o un tren de mercancías. Estoy pensando en hacerle también camisetas para animarle. “38, Ferrari”. Joder, es que queda raro. Bueno, ya veré.



El sol se cuela por las rendijas y alzo una oreja mientras abro los ojos, como un ordenador de los 90 arrancando entre zumbidos electrónicos al pulsar aquel botón arcáico. Deben de ser las nueve. Me estiro, desayuno y paseo por el puertito como si fuera mío… y lo sería, de no ser por Mancha. Mancha es una milrazas pequeña y vieja que gobierna estas calles con la misma diplomacia que un martillo neumático. Se pasea entre las terrazas como quien cobra impuestos, robando croquetas, bocadillos y la dignidad de cualquiera que se atreva a cruzarle la mirada. He visto a mastines, pastores alemanes, rotweilers, y hasta esos perros de gimnasio cargados de esteroides salir huyendo como si hubieran visto al mismísimo demonio hacerles una señal cuando Mancha decide embestirlos con sus 6 kilos de furia desbordada. Mancha no pelea: exorciza. Mancha no avisa: ya es demasiado tarde. Sólo temo dos cosas en esta vida: las tormentas y a Mancha. Y hay días en que las tormentas me parecen la opción amable.



Juego en la playa y me mojo, aunque el agua ya está fría: el año se acaba, igual que nuestra estancia en esta isla. Pronto abriremos otro capítulo en Fuerteventura y Lanzarote. Más mundos por descubrir. Os mantendré al día. Me sacudo y camino galante por el paseo de arena negra cuando un sonriente lugareño, cerveza en mano, me señala y suelta: “Si señor, eso parece un caballo español, vaya trote.” Cuando diviso mi terraza favorita, guío forzosamente a Belkor y a Ferrari como si fueran mis ovejas, y ellos, rendidos a mi liderazgo, aceptan su destino. Yo me tumbo, a ver la vida pasar y ellos recuerdan batallas a carcajadas mientras toman una Corona.



Quince años. Me hago viejo, pero si cierro los ojos aún puedo fundirme con aquel joven y primitivo perro: huelo la hierba pisada subiendo el Scafell Pike, allá por 2014, la arena mojada en aquella playa donde este cachorro inseguro se perdía de su nueva manada cada momento que paraba a oler algo, las chimeneas del ferry a Inglaterra, el kebab de cordero que me comí pocos días después en el suelo de aquella carretera. Aun siento el sol en mi lomo en la terraza del primer hogar después de la cárcel perruna, junto al sabio bóxer blanco que me enseñó las claves de esta vida.
Un flash más: mis fauces hundidas en un caro sofá de piel, que acabó como un mapa en relieve de Mordor hecho a mordiscos.
Luego estoy en la cabina de un camión, mirando la carretera.
Salto una valla de madera y corro en la nieve.
Nado en un frío lago de montaña.
Todo esto en un suspiro.

Mis primeros 15 años han sido una persecución a vida o muerte, una película dirigida por un híbrido psicótico entre Kubrick, Jodorowsky y Tarantino hasta las cejas de anfetamina, anestésico para caballos y un matarratas con denominación de origen. Pero ¿sabéis una cosa? Voy a seguir arañando tiempo al reloj y escribiendo nuevos capítulos, porque el guión aun no se ha acabado. Tengo planes. Antes os hablaba del viaje a Fuerteventura y Lanzarote, pero eso será sólo el principio. Me espera Loukanikos en Atenas para una nueva visita. Y Eddie, a quien intentaré conocer en persona en un concierto de Iron Maiden. Si lo consigo, prometo foto. También quiero recorrer la ruta NC500 en Escocia a bordo de Milfred, volver a hundirme en el mar helado de las Hébridas, regresar un rato a casa para saludar a los viejos amigos y, después, marcharme otra vez hacia donde brille el sol.



¿Y después? Obvio, para entonces Ferrari ya estará diseñando mi camiseta con el 16 a la espalda. Y yo, con una sonrisa vieja y afilada, preparado para disparar una bala más desde mi revolver.

Pero para eso aún queda un año entero que exprimir.
Porque sí, amigos, hoy es mi cumpleaños.

¡Que lo disfrutéis!




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