El perro, el hombre y la luna.
La semana pasada comenzaron las bonanzas, lo que en lenguaje canario debe significar época de clima perfecto: templado, sin viento, con poca humedad y con el mar tan plano como una balsa de aceite. Este fenómeno ocurre cuando los vientos alisios desaparecen durante unas semanas, como si fueran a echarse una siesta para recargar fuerzas para la nueva temporada. Para el visitante espontáneo podría parecer simplemente eso, buen tiempo, sin más. Para los locales es un suceso conocido, casi sagrado, esperado y guardado con celo.
Casualidad o no, Ferrari aprovechó para desaparecer unos días, supongo que para salir de caza, y yo me quedé con Belkor cuidando de Milfred. La vida con Belkor es tranquila pero a su vez tiene ciertas normas que con Ferrari no existen. Bueno, digamos que tiene normas, a secas. Belkor dice que Ferrari y yo somos como los dos colegas de películas como Resacón en Las Vegas o Dos colgaos muy fumaos. Cuando es Belkor la que se ausenta de casa los horarios y las normas de convivencia básicas desaparecen. Ferrari y yo solemos comer en la cama, a menudo del mismo plato y jugar continuamente de forma rudimentaria hasta que uno de los dos, o ambos, sangra por una brecha. Con Belkor sola, en cambio, las cosas tienden a tener un orden y se vive con más armonía. El resto del tiempo, la mayoría, cuando están ambos presentes, la vida transcurre en un extraño y complejo equilibrio entre el bien y el mal que, todo hay que decirlo, funciona sorprendentemente bien.
Yo disfruto de ambos modos de vida, y es que, a fin de cuentas tus costumbres, humano, son las mías, ya que surgimos a la vez hace unos 30.000 años y desde entonces no hemos parado de luchar juntos en esta vida perra. Al principio fueron tímidas colaboraciones puntuales, al estilo de un grupo telonero de bajo nivel, pero con el paso del tiempo creamos la alianza interespecie más fascinante que se haya dado nunca sobre la faz de la tierra, hasta el punto de sincronizar nuestras frecuencias cardíacas según el momento. Algunos hablan de parasitismo, otros de comensalismo e incluso hoy en día, hay humanos trasnochados que reducen al ridículo esta asociación milenaria a vestir a su perro como un bebé y llevarlo en carrito, mientras el cánido, no necesariamente cachorro, suplica "mátame" con su mirada silenciosa. Pero la realidad es más simple y cruda. Tú, humano, creaste al perro, y el perro te creó a ti.
Copiasteis nuestras estrategias de caza y aprendisteis a derribar presas más grandes, que de otra forma jamás habríais podido alcanzar. Comenzamos a trabajar juntos, en equipo, y llegamos a tocar el cielo dando caza al gran mamut. Nos defendimos mutuamente de agresores externos y nos dimos calor durante la última glaciación. Criamos juntos a nuestros cachorros, que jubaban como iguales, y fue fácil, porque nuestros códigos familiares eran idénticos. Finalmente vuestra casa y la nuestra dejaron de tener paredes que las dividiera, y así ha sido hasta el día de hoy. Éramos dos especies, pero descubrimos que somos lo mismo. Al fin y al cabo, el dios Nagaicho ya caminaba junto a su perro antes de la creación.
Son las doce de la noche, pero parece de día. Corro por la orilla rompiendo la paz del mar en calma, que ahora parece un espejo roto, mientras la luna llena lo alumbra todo en el tono justo. Ese foco redondo en lo alto crea en mí un magnetismo brutal y por momentos me dejo llevar y pierdo el norte. La miro fijamente y quiero aullar pero de repente Ferrari corre a mi lado y me golpea para incitarme a pelear. Te morderé hasta que sangres, pienso en mis adentros, y me lanzo a por él. Belkor se baña sola y también mira a lo alto, en silencio. Estoy seguro de que ella también quiere aullar. A veces dudo de si es la luna la que guía a Belkor en la noche o si es ella la que ilumina la luna llena.