Mi hogar en Portugal
¿Sabes esos días que te despiertas y ya parece que todo está mal? Me refiero a esos que según abres un ojo ya tienes la sensación de haber perdido un partido sin haber ni siquiera jugado. Hoy me duele todo el cuerpo, ayer debí correr y saltar tan alto que lo hice por encima de mis posibilidades. Por si eso no fuera suficiente ayer también cogí garrapatas y me rociaron con todo tipo de líquidos. Noto los ojos vidriosos y mi olfato saturado. Seguro que si hablase hoy lo haría gangoso y con voz de pito. Joder, sería el hazmereir entre los perros callejeros de la zona.
Esta semana tocamos ya Portugal. Estamos en el norte. Olores que reconozco pero llevaba tiempo sin sentir. Desde este sitio se ve un río y al otro lado España. Bonito ueblo. Bonito y empedrado pueblo. Odio las calles empedradas. No hay quien ande con estilo.
Hoy hay obras en Milfred. La vieja nevera a gas sale finalmente por la fuerza tras una lucha encarnizada durante toda la mañana. Ferrari, con un aire triunfante -excesivo a mi humilde parecer- explica lo sencillo que ha sido. Está empapado en sudor, sucio y sangra de sus dos manos. Tengo los ojos cerrados pero huele a todo eso. Hemos recogido la nevera nueva y enviado un encargo pasando la frontera de nuevo y vuelta a Portugal. Avanzamos un poco más hasta un pueblo que me es muy familiar, casi es mi hogar en Portugal. Aparcamos junto a la playa donde pasaremos los próximos días aislados del mundo. Sin ruidos. Sin nada. Sólo la playa con sus rugidos cambiantes y su amalgama de olores.
Vamos de excursión en bici al pueblo de al lado. Yo alterno trote y remolque. Soy viejo pero aún necesito sentir mis músculos trabajar. En el bar del pueblo Belkor y Ferrari beben cerveza a la par que yo duermo. Y yo duermo mucho. Tanto que cualquiera podría tacharme de duermólico. No se si pilláis el sutil paralelismo que acabo de hacer.
Volvemos a la playa donde está Milfred aparcada. Esta playa tiene algo de especial. Hay Mejillones y lapas. Y también percebes. Nunca había visto percebes vivos en la roca. Se mueven lo mismo que en el plato tras haberse cocido con agua de mar y laurel.
Tras unos días afincados, con unas cuantas visitas al pueblo con bar de al lado, Ferrari se dispone a cocinar un pulpo fresco que ha adquirido en el mercado local. Antes de meterlo en la olla Ferrari hace un extraño ritual, se acerca a las rocas y golpea a su presa contra estas repetidamente. Yo no se como decirle que no ha cazado a su presa y que esta ya está muerta hace dos horas. No se que pretende demostrar pero tampoco quiero romper su momento. Siento una extraña mezcla de vergüenza y ternura. Finalmente comemos pulpo los tres y tras la siesta continuamos nuestra ruta hacia el sur. Me quedaría a vivir aquí pero uno tiene compromisos ineludibles. La luna nos espera.